El esparto: fuente histórica de riqueza
El uso de la fibra de esparto
para fabricar objetos en el sureste de
España es inmemorial, posiblemente tan antiguo como los primeros asentamientos
humanos en este suelo ya poblado de atochas. Las excavaciones arqueológicas han
dejado documentado los múltiples usos del esparto en épocas prehistóricas:
cuerdas de distinto grosor; capazos y cestos para usos domésticos, agrícolas,
mineros y marítimos; esteras y trenzados diversos, suelas de sandalia, y hasta
prendas de vestir.
El esparto hispánico por la gran
resistencia de su fibra y su bajo costo sería, junto a la minería, uno de los
recursos económicos más explotados en el sureste peninsular por los pueblos
colonizadores primitivos. Desde el siglo V a.C. los comerciantes fenicios comenzaron
su exportación por el mediterráneo, tráfico comercial en cuyo control se
sucedieron los griegos, los cartagineses y finalmente los romanos que, desde
Cartagena como puerto central exportador, le darían un gran impulso desde el
siglo II a.C., como lo atestigua el sobrenombre que ya entonces recibía aquel
territorio de Campus Spartarius o Carthago Spartaria, que ocuparía todo el
sureste de España.
Desde mediados del siglo XIX, el proceso de producción del
esparto se iría diversificándose y especializando en diversas ramas o secciones,
teniendo también lugar una rudimentaria mecanización de la industria espartera.
La Primera Guerra Mundial propició, por el bloqueo del
tráfico marítimo de las potencias beligerantes, un transitorio momento de auge
del esparto español. Pero sería a partir de 1940 cuando el esparto, en el marco
de la política económica de la
autarquía, alcance sus mayores cotas de expansión y desarrollo, al estar
prohibida la importación de otras fibras. El esparto fue elevado a la categoría
de “fibra nacional” y, en un panorama de penuria y desempleo general, fue
procurando un exiguo salario para un duro trabajo a los que no tenían más
recursos que sus manos.
En la década de los años cincuenta, ante el colapso
económico generalizado, la Dictadura franquista se vio obligada a autorizar la
importación de otras fibras. También por estos años tiene lugar un proceso de
mecanización: se irían eliminando poco a poco los mazos de picar, los
rastrillos manuales y las ruedas de hilar, que fueron sustituidos por máquinas
cada vez más perfeccionadas para así mejorar la calidad de la fibra de esparto
y también para reducir el ambiente insalubre y nocivo de las fábrica, por la
gran concentración de polvo.
Ante esta nueva realidad, cierran las empresas fuertes que
descartan mecanizarse y adaptarse a los nuevos tiempos. Por el contrario,
surgen pequeños y rudimentarios establecimientos de hilaturas (los bolicheros),
muchos de los cuales operaban en calidad de economía sumergida.
Finalmente, en los años sesenta y setenta, las fibras
sintéticas derivadas del petróleo sustituyeron al esparto en buena parte de la
cordelería, lo que le daría la puntilla final a la industria espartera, que
subsistiría a partir de entonces con carácter residual difuminada en el sector
textil denominado “fibras diversas”. Las consecuencias sociales de la caída y
práctica desaparición de la industria espartera en los pueblos que habían hecho
del esparto la base de su economía, como Cieza, fueron el paro y la emigración.