El esparto está presente desde tiempos inmemoriales en la historia de las tierras del sureste español. En Cieza, tierra abundante en buenos espartizales, y también en gentes que supieron doblegar como nadie esta planta para sacarle lo mejor de sí misma, el esparto llegaría a convertirse con el tiempo en una de las señas de identidad más distintivas y perennes de este pueblo.
Esta planta pobre y austera que crece en los extensos espartizales de nuestra geografía y que contribuyó en un primer momento al humilde desarrollo económico de las familias ciezanas, llegó a convertirse más tarde, ya en la primera mitad del siglo XX, en la pieza clave de un proceso de industrialización, que aunque precario y tardío, contribuyó a fraguar la Cieza urbana y contemporánea que hoy conocemos.
Cieza llega al nuevo siglo en 1900 con 13.500 habitantes y una estructura social típica de la España rural de amos y criados, con una pobreza general por el gran retraso económico de la agricultura tradicional, agravado por sucesivas crisis agrícolas que llegaron a provocar algunas revueltas sociales. En tal contexto este pueblo lo apostó todo a la incipiente industria manufacturera de esparto, como piedra de salvación, aprovechando la abundancia de esta planta en sus montes municipales y su buena ubicación en las redes de comunicación.
Pero sería la década de los años cuarenta la época del “milagro del esparto”. En estos años se produjo una explosión espectacular en la producción forestal de atochas y en la producción industrial de sacos, cordeles y capachos, ocupando la provincia de Murcia el liderazgo nacional y destacando dentro de ella, Cieza, autodenominada “Primer Centro Manufacturero de Esparto de España”. En efecto, en 1949 hay establecidos en el municipio de Cieza nada menos que 49 industriales, con una infraestructura dotada de 47 balsas de cocer esparto, 1.868 mazos de picar, 396 manuales de rastrillar y 312 ruedas de hilar.
Hombres, mujeres y niños, dejaron durante varias generaciones parte de sus vidas en la industria del esparto y fueron los artífices de un efímero desarrollo económico que permitió a Cieza sobrevivir en aquellos tiempos difíciles. Sometidos en condiciones penosas a largas, fatigosas y duras jornadas de trabajo a cambio de sueldos de miseria. Protagonistas principales de aquella travesía que significó la aventura del esparto y que impregnó de carácter a todo un pueblo, configurando una auténtica cultura popular que incluía la vida cotidiana de su gente, los objetos materiales que lo configuraban y las diversas formas de concebir el mundo.
Arrancaores en el monte, picaoras en los mazos, ratrillaores, mujeres de la lía, hilaores, capacheras, corchaores, balseros, pleiteros, estropajeras, pelaoras, enfardaores, ataores…Trabajadores y trabajadoras del esparto hoy olvidados, cuya historia viva debemos nuevamente hilar y amarrar para recobrar nuestras señas de identidad y la memoria colectiva de nuestro pueblo. Por todo ello se creó el Museo del Esparto.
Con la creación, hace ya casi veinte años del Museo del Esparto de Cieza, se pretendía poner freno al exterminio de los últimos vestigios de la cultura del esparto, y por ello desde este museo se ha llevado a cabo una ingente labor de arqueología industrial consistente en el rescate, recuperación, reconstrucción y reparación de todo tipo de utensilios, artefactos, artilugios y maquinaria diversa relacionada con la industria espartera.